La biología como ciencia tuvo su origen en la época de oro de los griegos, con
pensadores como Aristóteles, quien elaboró la primera clasificación de los seres
vivos en vertebrados e invertebrados, propuso los conceptos de órganos
análogos y homólogos y creó su método lógico-dialéctico. Posteriormente,
con Erasístrato, que describió el sistema circulatorio; Herófito de Calcedonia,
quien estudió y describió el sistema nervioso y Claudio Galeno en Roma, quien
desarrolló la anatomía humana disectando monos. Nos hemos remontado
hasta el año 360 a. C., y es claro que, con famosísimas excepciones, el avance
más significativo por el número de descubrimientos y aplicación en la vida diaria
corresponde al siglo XIX y a la segunda mitad del siglo XX.
En este naciente siglo XXI , la vida moderna nos proporciona diferentes tipos
de energía, agua entubada y drenaje, caminos, puentes, presas, aeropuertos,
aparatos electrodomésticos y electrónicos, alimentos, vestido, calzado, vivienda,
fármacos, vacunas, plantas transgénicas, razas mejoradas de animales,
cura a enfermedades que fueron epidemias en el pasado, etc., pero a un
alto costo; siempre la “mejor intención” generó descubrimientos o determinó
la fabricación de muchos productos que ahora sabemos dañan de manera irreversible
a nuestro planeta. Este es el caso del ddt, insecticida que adelgaza
el cascarón de muchas aves rapaces y casi provocó su extinción; o los CFC,
que rompieron la capa de ozono (escudo protector de la atmósfera), los cuales
fueron fabricados para los sistemas de refrigeración, calefacción y productos
en aerosol; así como de los fertilizantes químicos, que han contaminado todos
los suelos y mares del mundo. No sabíamos que esto iba a pasar, no lo hubiéramos
imaginado ni deseado, pero gracias al estudio de la biología es posible
que ese riesgo o costo se pueda predecir y evitar a tiempo.
Una de las preocupaciones en este siglo es entender cómo nos originamos
los seres vivos, cómo nos diferenciamos a nivel de los genes y cómo originar
especies transgénicas, mezclando genomas de dos especies diferentes.
Existen múltiples ejemplos que utilizamos en nuestra dieta todos los días:
seguramente has escuchado que el maíz, trigo, arroz, jitomate, etc. son
transgénicos. En el último caso, en el genoma del jitomate se insertan genes
de un pez que le permite soportar una caída de la temperatura ambiente.
Otros cultivos cuentan con genomas que les permiten producir pesticidas para
contrarrestar plagas o cambios en el clima (heladas, granizadas, etc.). Suena
interesante, ¿no es cierto? Aunque no sabemos si en el futuro existirá algún
problema, los expertos intentan tranquilizarnos al decir que no se generarán
nuevos problemas como enfermedades o contaminación, pero sólo el tiempo
nos dirá la verdad.
Entonces ¿qué se desea resolver en el futuro?
1. Contrarrestar la contaminación del aire, agua y suelo con técnicas depurativas,
correctivas o de saneamiento, utilizando por ejemplo bacterias como las devoradoras de petróleo.
2. Desarrollar el control biológico de las plagas, conociendo las cadenas alimenticias, y evitar el uso de pesticidas químicos.
3. Desarrollar sueros, vacunas y fármacos mejorados para las enfermedades
del pasado, presente y futuro; tener acceso a una medicina genética personalizada.
4. Incrementar la producción de alimentos (ganado mejorado, plantas transgénicas,
especies híbridas en acuacultura).
5. Asumir el desarrollo sustentable con un verdadero compromiso político ciudadano a nivel local, nacional e internacional.
6. Controlar el incremento de la población humana y de las especies que coexisten
con nosotros, algunas de las cuales se pueden convertir en plagas.
7. Descubrir cómo se originó la vida en la Tierra y la posibilidad de colonizar
otros espacios fuera de sus límites.
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